¿Alimentos para las personas o para las corporaciones?

Algunos datos nos ayudarán a entender por qué el actual modelo de producción y distribución de alimentos está pensado más para satisfacer la avaricia de las corporaciones transnacionales que las necesidades de las personas.

  • 828 millones son las personas que padecían hambre en el mundo en 2021;
  • 2.300 millones de personas en el mundo se encontraban en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave en 2021;
  • 45 millones de menores de cinco años padecían emaciación, la forma más mortífera de malnutrición;
  • 1.900 millones de personas adultas tenían problemas de sobrepeso u obesidad mientras que la población infantil y adoloscente en con problemas de obesidad alcanzó los 150 millones de personas en 2020. 

Estas cifras publicadas por la FAO indican que algo en el sistema alimentario está fallando: por un lado, casi un tercio de las personas que habitan el planeta se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, es decir que o bien afrontan una falta de acceso continuado a los alimentos, o bien se han quedado sin alimentos y sufren hambre. Por otro lado, según datos de la OMS, casi un tercio de la población mundial está experimentando problemas relacionados con el sobrepeso y la obesidad responsables del aumento del riesgo de sufrir enfermedades no transmisibles, entre otras:

  • las enfermedades cardiovasculares (principalmente las cardiopatías y los accidentes cerebrovasculares);  
  • los trastornos del aparato locomotor (en especial la osteoartritis, una enfermedad degenerativa de las articulaciones muy discapacitante);
  • la diabetes y 
  • algunos cánceres (endometrio, mama, ovarios, próstata, hígado, vesícula biliar, riñones y colon).

Estos datos son suficientes para demostrar que el sistema alimentario no es capaz de garantizar el derecho a la alimentación para todas las personas a la vez que es incapaz de garantizar el derecho a la salud y eso si nos fijamos solo en los datos relativos a la dimensión individual.

Alimentos: ¿derecho o mercancía?

Si pasamos a examinar la esfera social y medioambiental del sistema alimentario veremos que las injusticias se multiplican puesto que el actual modelo:

  • no favorece el acceso a alimentos sanos y sostenibles tanto económica como físicamente;
  • no garantiza condiciones laborales y salariales dignas para las personas que trabajan a lo largo de la cadena agroalimentaria;
  • no beneficia la economía local del territorio, sino los dividendos de unas pocas transnacionales;
  • no utiliza técnicas que conservan y favorecen la fertilidad del suelo, ni una gestión eficiente del agua. 

Un sistema alimentario que no garantiza el derecho a una alimentación sana para todas las personas y que compromete las bases económicas, sociales y ambientales de otros pueblos y de las generaciones futuras no puede definirse saludable, ni sostenible ni justo.

Por lo tanto, si queremos garantizar el acceso a alimentos sanos para todas la población mundial, si queremos  mejorar de la salud de las personas a través de la alimentación local y sostenible y si queremos garantizar el bienestar social y económico de todos los colectivos que trabajan en la cadena agroalimentaria, la única manera de conseguirlo es cambiando radicalmente la lógica y la forma de funcionar del sistema alimentario.

Esto es el cómo debería ser, pero siendo realistas, es casi imposible porque implicaría cambiar la lógica y las bases del sistema socio-económico en el que vivimos, es decir el sistema capitalista. 

El negocio de la comida

Cuando hablamos de comida no nos referimos solo a lo que encontramos en los lineales del supermercado, sino que hablamos también del primer eslabón de la cadena agroalimentaria, es decir la semilla. Algunos datos sobre quien controla la producción y distribución de alimentos nos ayudarán a entender porqué, lejos de ser un sistema democrático, el sistema alimentario se encuentra en una situación de oligopolio.

De hecho, uno de los aspectos más preocupantes del sistema alimentario globalizado es que las actividades productivas, de transformación y comercialización se concentran en las manos de pocos y poderosos actores que controlan y acaparan recursos y riqueza. Un puñado cada vez más reducido de firmas controla toda la cadena desde los genes hasta las estanterías de las grandes superficies, veamos:

  • Seis grandes corporaciones del agronegocio controlan más del 80% de la venta de semillas a nivel mundial: Bayer – Monsanto, Corteva Agriscience, Syngenta,  BASF, Limagrain y KWS;
  • Cuatro empresas agroexportadoras controlan la mayor parte del comercio internacional de cereales y granos: Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill y Louis Dreyfus;
  • 250 empresas de distribución superan los 4 billones de dólares en ingresos y en las diez primeras posiciones encontramos siete compañías estadounidenses, siendo Walmart y Amazon.com los gigantes que lideran el sector;  
  • Diez grupos empresariales dominan el mercado mundial de la alimentación mediante el control de la mayoría de las grandes marcas que se consumen a diario. En este listado podemos encontrar empresas como Nestlé, PepsiCo, Coca-Cola, Unilever y Danone, compañías que ingresan miles de millones de dólares cada año.

Otro dato que debería llamarnos la atención es que, de las diez compañías que controlan el mercado mundial de alimentos, seis son multinacionales estadounidenses mientras que las otras cuatro son europeas, eso es importante para entender porque se ha ido afirmando el consumo de productos ultraprocesados a lo largo y ancho del planeta.

Estos datos nos indican que el sistema alimentario internacional es un imperio económico más, controlado por megacorporaciones que se encargan de todas las fases de producción, transformación y logística conectando las regiones productoras con las que consumen alimentos.

¿Qué podemos hacer?

El primer paso para cambiar un sistema injusto e insostenible es empezar a tomar conciencia de los costes sociales y ecológicos del sistema alimentario dominante y preguntarnos qué hay en nuestro plato y detrás de él. Conocer los impactos asociados a la forma imperante de producir, distribuir y consumir alimentos es imprescindible para reivindicar un sistema agroalimentario respetuoso con las personas y con el planeta. 

Cada persona puede aportar su granito de arena en la construcción de sistemas agroalimentarios sostenibles tanto a través de elecciones individuales como de acciones colectivas:

  • Como personas consumidoras podemos reconocer nuestro derecho a controlar y elegir nuestra propia alimentación y reclamar alimentos que sean accesibles, producidos de forma sostenible y que respeten los derechos humanos y laborales;
  • Como colectivos, movimientos sociales y asociaciones podemos reivindicar políticas alimentarias públicas  que prioricen la salud de las personas, la justicia social  y la sostenibilidad ambiental.  

Si queremos cambiar el paradigma es necesario abrir y multiplicar espacios de reflexión y educación colectiva, capaces de fomentar una actitud crítica e impulsar cambios políticos estructurales a nivel de prácticas agrícolas y alimentarias. De nada sirve culpabilizar la conducta individual si no ofrecemos herramientas útiles para cuestionar y cambiar el modelo alimentario dominante. 

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