¿Por qué un alimento que viaja más cuesta menos? ¿Por qué es importante fijarnos en el origen de los alimentos? Para contestar a estas preguntas hay que partir de una premisa: en el sistema agroalimentario actual la comida no está pensada para alimentar, sino para hacer negocio.
Prueba de ello son las cifras relacionadas con la pérdida y el desperdicio en un sistema que cada año tira a la basura aproximadamente mil millones de toneladas de alimentos mientras deja sin comida a más de mil millones de personas.
A su vez, la deslocalización geográfica de la producción agraria se aprovecha del acaparamiento de tierras que convierte a los países del Sur en monocultivos para la exportación.
¿Cuáles son las circunstancias que favorecen el asalto masivo y agresivo a tierras fértiles de países como Colombia, Brasil y Uganda? Entre otras, cabe destacar: condiciones laborales precarias; legislación medio ambiental más flexible y costes de producción inferiores. Por estas razones, el precio de los alimentos kilométricos no refleja los costes humanos, sociales y medioambientales necesarios para su producción.

¿Cuál es el impacto del los alimentos kilométricos?
Otro de los aspectos vinculados con los alimentos kilométricos, son los múltiples impactos a nivel ecológico, económico y social.
- A nivel ecológico, cabe destacar tres efectos devastantes: deforestación, contaminación y pérdida de biodiversidad;
- A nivel social, hay que señalar el desalojo, muchas veces violento, de la comunidades locales; la dependencia de las importaciones y la perpetuación de la explotación que genera hambre y miseria en los países del Sur;
- A nivel económico, cabe mencionar: la destrucción de empleo en las áreas rurales de los países del Norte, la asalarización/empobrecimiento de las comunidades campesinas, indígenas y pesqueras en los países del Sur y la especulación sobre los precios de las materias primas agrícolas.
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¿Cómo conectar con los alimentos?
Tras examinar rápidamente las dinámicas promovidas por el agronegocio en la producción de alimentos kilométricos, pasemos a analizar brevemente cuales son las circunstancias cotidianas de las que dicho sistema se alimenta.
El ritmo de vida nos empuja a comprar, cocinar y comer con prisa y sin preguntarnos qué estamos comiendo: si es comida de verdad – con un perfil nutricional adecuado – o si se trata de un producto industrial – disfrazado de alimento – que nos entretiene el estómago.
Por ello es necesario un enfoque integral que permita un mayor conocimiento de los alimentos y de su función: dejar de pensar en la comida como un hábito banal y neutral (o, peor todavía, como una pérdida de tiempo) y empezar a pensar en la alimentación como práctica consciente que nos invita a prestar atención a lo que compramos y a lo que comemos.
Apartar el piloto automático en el momento de hacer la compra nos ayudará a cuestionarnos patrones de conducta que hemos ido incorporando hasta transformarlos en hábitos cotidianos, como, por ejemplo, comer naranjas en agosto, uvas en abril y berenjenas en diciembre.
Conocer el impacto de los alimentos kilométricos nos ayuda a conectar con alimentos saludables y sostenibles para saber: de dónde vienen, quién los ha producido y en qué condiciones.
Ser consciente de todo el proceso de la cadena alimentaria convierte el acto de comer en un acto político con consecuencias económicas, sociales y medioambientales.
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¿Por qué deberíamos evitar los alimentos kilométricos?
Elegir una alimentación saludable basada en productos de cercanía tiene múltiples ventajas, entre ellas cabe señalar:
- Nutricionales: el tiempo de almacenaje y transporte merma las propiedades nutritivas de frutas y verduras. Por ello, no es lo mismo comer frutas y hortalizas recogidas en su punto óptimo de maduración natural que comer alimentos kilométricos que llegan de la otra punta del mundo, tras haber sido almacenados en cámaras y sometidos a tratamientos postcosecha;
- Medioambientales: consumir alimentos locales supone un ahorro importante en términos de gasto energético relacionado con el transporte, el almacenaje y la cantidad de embalajes y envases necesarios para su distribución;
- Económicas: priorizar la compra en el mercado local supone un gran apoyo económico para el pequeño comercio y para las producciones locales; además contribuye a mantener y generar empleo en las áreas rurales;
- Sociales: elegir circuitos cortos de comercialización favorece la creación de relaciones directas entre todas las personas que protagonizan la cadena alimentaria. Ponerle cara a quienes han decidido vivir del campo, además de fomentar el trato humano, fortalece la vida comunitaria.
¿Cuáles son las alternativas para un consumo crítico?
Antes de pensar en las alternativas prácticas para un consumo responsable, es necesario tomar consciencia de nuestro poder como consumidoras y empezar a preguntarnos dónde estamos haciendo la compra y a quién estamos dejando nuestro dinero: ¿a la gran distribución organizada o a la pequeña producción local?
Sin embargo, si por la razón que fuera, no tenemos otra opción que seguir comprando en el súper, lo recomendable sería seleccionar muy bien los productos que vamos a poner en el carrito de la compra y seguir unas reglas muy simples como las que se detallan a continuación:
- evitar comida ultra procesada y platos precocinados;
- leer la lista de los ingredientes;
- mirar el lugar de envasado;
- aplicar el criterio ético y empezar a pensar que lo que a nosotras nos sale barato a otras personas le está saliendo muy caro;
- cuidado con los sellos, pues no son garantía ni de cultivos responsables ni de alimentos saludables.


Con respecto a las alternativas de consumo, existen dos opciones: una individual y la otra colectiva.
A nivel individual, podemos desmarcarnos de la gran distribución o bien empezando a comprar en el mercado local (mercado municipal de alimentos o mercados no sedentarios al aire libre de venta directa); o bien a través del servicio a domicilio de cestas con productos de proximidad.
Sin embargo, si lo que pretendemos es generar un cambio social y político del sistema alimentario, pues lo ideal sería apuntarnos a la solución colectiva a través de la participación en grupos, asociaciones o cooperativas de consumo. La iniciativa colectiva, además de propiciar la creación de un vínculo directo entre producción y consumo, nos permite reivindicar cambios a nivel político, empezando por las instituciones locales.
Experiencias colectivas como Labore Bilbo nos enseñan que es posible apostar por alimentos de cercanía, cultivados desde el respeto por el medio ambiente, que garanticen un precio justo para quien produce y asequible para quien consume. Un proyecto atractivo y necesario en favor de la agricultura local y del consumo crítico.
En conclusión, la clave para cambiar un sistema alimentario que, además de contaminante, es injusto y explotador, está en nuestras manos. Decidir a quién premiar o castigar en el momento de hacer la compra tiene repercusiones para la salud, la economía y el medio ambiente.
Comprar, cocinar y comer son una forma de estar en el mundo y preguntarnos por el origen de los alimentos es el primer paso para cambiar un sistema alimentario que antepone los intereses económicos de las multinacionales a la vida del planeta y al bienestar de las personas.
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