¿Por qué tu consumo puede cambiar el mundo? El consumo se ha convertido en la actividad por excelencia: consumimos ropa, energía, entretenimiento, cultura, internet, transporte y un largo et cetera. Sin embargo, no todo vale a la hora de consumir y la emergencia climática ha puesto de manifiesto la urgencia de adoptar un consumo crítico, sostenible y solidario.
En nuestra sociedad, vivir sin consumir es prácticamente imposible, no obstante tenemos el gran poder de no consumir a ciegas y preguntarnos qué estamos consumiendo, cómo y por qué lo hacemos.
Por ello, el consumo se ha convertido en una herramienta muy poderosa que podemos utilizar a diario para poner en práctica los valores relacionados con la sostenibilidad ambiental, social y cultural. Reconsiderar nuestros hábitos de consumo puede convertirse en el primer paso hacia la sostenibilidad ambiental y la justicia social.
Consumo crítico, sostenible y solidario
El consumo crítico, sostenible y solidario se basa en la necesidad de cuestionar la oferta de bienes y servicios alentadas por multinacionales sin escrupulosos y de expresar nuestra disconformidad con las formas de producción y con las cadenas de suminsitro. Preguntarnos de dónde procede lo que consumimos y cuál es su impacto a nivel social y ambiental plantea la urgencia de encontrar una forma alternativa de proveernos de aquello que necesitamos para vivirsin ceder a las modas impuestas ni a la presión de la publicidad. Consumir con criterio significa buscar proveedores, cooperativas o grupos de consumo alternativos cuyo objetivo no es maximizar las ganancias a toda costa sino contribuir a la sostenibilidad ambiental con el compromiso social.
Para empezar a romper el círculo vicioso del consumo alienado, hay que pasar del consumo a ciegas al consumo consciente y empezar a preguntarnos ¿Qué necesito? y ¿Qué estoy comprando? Cada día, a la hora de hacer la compra tenemos el poder de decidir hacia qué lado queremos inclinar la balanza: hacia la producción local de calidad que cuida el medio ambiente o hacia la producción industrial que fabrica objetos comestibles sin ningún tipo de responsabilidad social o ambiental.
En el sector de la alimentación se multiplican las iniciativas que se organizan para acercar la producción al consumo instaurando así una relación directa y solidaria basada en el reconocimiento social y económico de la actividad agrícola.

Para orientar nuestro consumo hacia elecciones críticas con el sistema agroalimentario dominante hace falta voluntad, información y ganas de implicarnos en el cambio que queremos ver. Como consumidoras podemos premiar modelos de negocios éticos, orientados a la economía local e inspirados en el compromiso social o podemos ir un un poco más allá y dejar de ser consumidoras para convertirnos en participantes activas de un nuevo sistema alimentario que construye soberanía alimentaria a través de la agroecología.
Cambiar nuestros hábitos de consumo es el primer paso para generalizar la preocupación por la calidad de nuestra alimentación y para llamar la atención sobre el impacto social y ambiental que su producción supone.
Está claro que para cambiar el actual sistema agroalimentario abusivo, insostenible e insolidario hacen falta decisiones políticas valientes que pongan al centro del debate la alimentación como derecho y no como negocio. Sin embargo, para conseguir un cambio de rumbo a nivel institucional es precisa la presión de un movimiento social fuerte capaz de reivindicar la urgencia de una producción agrícola comprometida con la sostenibilidad ambiental y la justicia social.
Mientras tanto podemos poner nuestro granito de arena y empezar a transformar nuestros hábitos alimentarios cotidianos para apoyar la comercialización directa y promover la confianza y la solidaridad entre producción y consumo.
El consumo crítico se pregunta por las condiciones sociales y ambientales en las que un producto ha sido elaborado, reduce el impacto ambiental y respeta los derechos de todas las personas.
Consumo y hábitos alimentarios
Entre lo que más consumimos están los alimentos que son esenciales para la vida. La comida y la preparación de alimentos van mucho más allá de su función nutricional: el carácter socio-cultural de la cocina y de los diferentes ingredientes han sido uno de los pilares más importantes de la identidad y del sentido de pertenencia a una comunidad.
Sin embargo, la transmisión de conocimientos culinarios tradicionales y típicos de cada región está cediendo el paso a una comida estandardizada y uniformizada, que puede prescindir del recetario local pues se basa en objetos comestibles disfrazados de alimentos que son iguales en todo el mundo, desde Bogotá hasta Bangkok.
La industria alimentaria no fabrica comida para alimentar, sino para vender. Prueba de ello, son los miles de productos insanos que llenan los lineales y las neveras de los supermercados: cereales azucarados, margarinas, platos precocinados y productos cárnicos supuestamente saludables que en realidad son altos en azúcar, grasas, sal y aditivos.

Buscar otras fórmulas de consumo fuera del supermercado, nos permite establecer vínculos con iniciativas locales que apuestan por la sostenibilidad ambiental y el compromiso social.
Tomar consciencia de la globalización de la comida y de la imposición de la dieta industrial tiene que traducirse en un cambio profundo de nuestros hábitos alimentarios. La producción y el consumo de alimentos nos plantean múltiples desafíos imposibles de ignorar: el acceso y la conservación de los recursos naturales, la emisión de gases de efecto invernadero y las condiciones laborales de las personas que trabajan en el sector primario reclaman un cambio urgente en nuestra forma de consumir.

Replantearnos nuestra manera de consumir puede cambiar nuestras vidas y la de otras personas pues no es lo mismo comprarle a una multinacional que cotiza en bolsa que comprarle a una familia que vive de la agricultura, como no es lo mismo comprar vegetales cultivados con agrotóxicos y fertilizantes sintéticos que comprarlos procedentes de cultivos agro-ecológicos.
Y tú ¿Te has parado a pensar a qué tipo de empresa le estás entregando tu dinero: a multinacionales que cotizan en bolsa o a cooperativas locales?